domingo, septiembre 24, 2006

La explotación tras las rejas

Por Chris Levister, New America Media
Publicado septiembre 13, 2006

Si usted pensaba que los presos sólo hacen placas de automóviles, debe actualizarse.

De niña Ayana Cole soñaba con ser diseñadora de moda de fama mundial. Hoy se cuenta entre los cientos de internos amontonados en una cárcel de Oregon produciendo jeans de diseñador. Por su trabajo recibe US$ .45 centavos por hora. En una boutique de moda en Beverly Hills alguna de estas creaciones cuestan US$ 350.00 De hecho los jeans con la etiqueta “Blues de la prisión” [Prison Blues] demostraron ser tan populares que el año pasado las fábricas carcelarias no pudieron satisfacer la demanda.

En una fábrica carcelaria de San Diego, de administración privada, Donovan Thomas gana US$ .21 centavos por hora fabricando equipo de oficina que se utiliza en algunas de las oficinas de los rascacielos de Los Angeles. Las camisetas cosidas en la prisión Gary’s de Chino son el último grito de la moda.

Cientos de productos generados en cárceles terminan con etiquetas de moda y muy conocidas en todo EE. UU. como No Fear, Lee Jeans, Trinidad Tees, y de otras bien conocidas empresas estadounidenses. Después de las deducciones, muchos presos, como Cole y Thomas, ganan alrededor de US$ 60.00 por un mes entero de 9 horas diarias. O sea que contratar presos se ha convertido en un gran negocio. Y está avanzando rápidamente.

En CMT Blues, en la Penitenciaría Correccional Estatal de Máxima Seguridad Richard J. Donovan, en las afueras de San Diego, los trabajos mas buscados pagan el salario mínimo. Menos de la mitad del pago es para los internos. El resto se destina a reembolsar al Estado por el costo de su encarcelamiento y a un fondo de restitución a la víctima.

El Departamento Correccional de California y el propietario de CMT Blues, Pierre Sleiman ,dicen que están proveyendo a los internos con habilidades laborales, con una ética de trabajo e ingreso. Además, dice, los presos ofrecen lo mejor en una fuerza de trabajo flexible y fiable. “Si los despido por una semana,” dice Sleiman refiriéndose a sus trabajadores, “no tengo que preocuparme por que alguien mas venga y les diga, ‘trabaje para mí.’

Para los magnates que han invertido en el negocio de la industria de la prisión, ha sido como encontrar oro. No tienen que preocuparse de huelgas ni pagar desempleo, por la salud de los trabajadores, seguro de compensación, vacaciones o por licencias por enfermedad. Todos sus trabajadores son a tiempo completo y nunca llegan tarde o faltan por problemas familiares; más aún, si los presos se niegan a trabajar, se los traslada a alojamiento disciplinario y pierden los privilegios del comedor. Más importante aún, pierden créditos de “tiempo de buen comportamiento” que les ayudan a reducir la sentencia.

Actualmente hay más de 2 millones de personas encarceladas en los EE. UU., más que en cualquier otro país industrializado. Estos son desproporcionadamente Afro-Americanos y Latinos. La industria carcelaria del país emplea actualmente a cerca de tres cuartos de millón de personas, más que cualquier corporación de Fortune 500, excepto General Motors. El aumento de la construcción ha convertido a esa industria en el mayor empleador en muchas ciudades y pueblos económicamente deprimidos. Una serie de empresas están sacando ganancias del trabajo de presos y servicios como transporte, agricultura y manufactura.

Los críticos sostienen que el trabajo de presos es tanto un abuso potencial a los derechos humanos como una amenaza a los trabajadores que estan fuera de los muros de las prisiones, afirmando que los presos no tienen poder de negociación, son explotados con facilidad y una vez que son liberados no pueden generalmente conseguir trabajo por sus antecedentes penales.

En una demanda judicial en California, por ejemplo, dos presos demandaron a su empleador y a la cárcel, diciendo que fueron puestos en confinamiento solitario después de negarse a trabajar en condiciones de trabajo inseguras. En dos palabras, John Flecker de Operación Reforma Penitenciaria denomina a la creciente tendencia como “castigo capitalista – la nueva esclavitud”.

La industria carcelaria no es un fenómeno nuevo, escribe Fleckner. Dice que la mezcla de la motivación del lucro con el castigo invita al abuso, reminiscencia de uno de los peores capítulos de la historia de los Estados Unidos. “Bajo un régimen donde más cuerpos equivalen a más ganancias, las prisiones dan un gran paso para acercarse a su antecesor histórico, el redil de los esclavos.”

De hecho, el trabajo en cárceles tiene sus raíces en la esclavitud. Después de la reconstrucción, los antiguos Demócratas Confederados instituyeron el “alquiler de esclavos.” Los presos de raza negra, la mayoría esclavos liberados condenados por hurto, eran alquilados para hacer cualquier cosa, desde cosechar algodón hasta construir ferrocarriles. En Mississippi, un enorme establecimiento agrícola, que recordaba las grandes plantaciones de esclavos, reemplazó el alquiler de convictos. La tristemente célebre Granja Parchman solo fue cerrada hasta 1972, cuando los internos demandaron judicialmente ante la corte federal contra las condiciones abusivas.

Los analistas del tema carcelario dicen que el contrato de trabajo de presos está por convertirse en una de las industrias de mayor crecimiento en los Estados Unidos. Muchos de estos presos están cumpliendo condenas por delitos no violentos. Con el uso de leyes de sentencia obligatorias bajo el lema “duro con el delito”, la población carcelaria está creciendo dramáticamente. Algunos expertos piensan que la cantidad de gente encerrada en cárceles en los Estados Unidos podría duplicarse en los próximos diez años. Según Prison Watch (Vigilante de la prisión), la expansión de la cantidad de presos no sólo hará aumentar la fuerza de trabajo carcelario disponible para su explotación comercial, sino que también ayudará a pagar los costos del encarcelamiento.

La meta principal de los programas de trabajo en las cárceles es proveer “una salida positiva para ayudar a los internos a utilizar productivamente su tiempo y energías. Otra meta es inculcar buenos hábitos de trabajo, incluyendo buenos hábitos laborales y manejo del tiempo,” según el Programa Empresa Conjunta del Departamento Correccional de California. El programa se encarga de contratar trabajo de convictos para gobiernos, empresas y organizaciones sin fines de lucro.

La ley federal prohíbe en Estados Unidos el comercio interno de mercancías hechas en cárceles a menos que se pague a los reclusos “salarios predominantes”, pero como la ley no se aplica a las exportaciones, los funcionarios penitenciarios comercializan los productos rutinariamente como para clientes extranjeros.

En California las mismas cárceles son sus mejores clientes. El departamento Correccional de California compra alrededor de la mitad de lo que producen las propias cárceles, eligiendo los productos de un catálogo en línea de la Autoridad Industrial Carcelaria.

Los presos actualmente manufacturan de todo, desde jeans hasta autopartes, electrónica y muebles. Honda ha pagado a los presos US$ 2.00 por hora por hacer el mismo trabajo que un trabajador de la industria automotriz que recibe entre US$ 20.00 y 30.00 por hora. Konica ha utilizado presos para reparar copiadoras por menos de US$ .50 centavos por hora. Toys’R’Us utilizó una vez presos para reemplazar inventarios y Microsoft para empaquetar y despachar software. La ropa hecha en Oregon y California compite con éxito con ropa hecha en América Latina y Asia que es exportada a otros países.

En la mayoría de los Estados los presos reciben muy poco del dinero que ganan para las empresas administradas por el Estado o para firmas del sector privado como Corrections Corporations of America (CCA) y Wackenhut. El trabajo que hacen los presos es en general considerablemente más barato que fuera de las cárceles. Un caso, Lockhart Technologies, localizada en Texas, cerró su planta de Austin y despidió a unos 150 trabajadores que fabricaban circuitos electrónicos, porque ese trabajo podía trasladarse a una cárcel manejada por Wackenhut, donde los detenidos trabajan por el salario mínimo.

Pero aún con el bajo pago y el potencial de abuso, los programas laborales son populares entre los presos, dice Vigilante de la Prisión de California, que monitorea las cárceles del Estado. “El tiempo muerto es menor, pueden ganar dinero para gastar y pueden adquirir una habilidad.” Tony Matos, de 45 años, condenado por robar una tienda de licores Rialto dice, “Cuando pasamos de las puertas al taller, es otro mundo. Esto es una empresa, no es una cárcel. Los guardianes siguen vigilando, los capitalistas siguen ganando, los críticos y los partidarios siguen debatiendo. Pero a final de cuentas yo tengo una habilidad, algunas monedas y un rayo de esperanza y dignidad.”

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Este artículo en ingles en: http://www.alternet.org/story/41481

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