martes, mayo 31, 2011


La Hoguera


Desde entonces no dejo de correr,
 solo me detengo para tomar agua, comer y vomitar,
a veces si tengo tiempo como ahora
cuento la historia que me persigue,
a veces no.


Desde los vagones de ferrosur la vida era transportable, entre vagones vivíamos, dormíamos en las hamacas colgadas del chasis a ras de la rápida­ grava, despertábamos en otro lado, siempre al otro lado del río, siempre en el mismo lugar; así andábamos desde muy pendejos entre Tabasco, Chiapas y Guatemala, entre ida y venida vivíamos sin ganas de saber que eso ni era vida.

Siempre recuerdo que una vez una de las “tres Marías” cayo en las vías del tren, yo la vi clarito y según yo y lo que me acuerdo que vi es que tenia tiempo de salir por debajo del vagón, pero el miedo la paralizo y perdió los dos brazos, recuerdo que toda su familia gritaba y lloraba, mientras nosotros desde el techo de los vagones, sin hablar conocíamos la piedra.

La otra Maria no hablaba, solo miraba al cielo como ida, si hubiera sido bonita seria como la virgen que mira al cielo como perdida pero que se ve bonita, ella no, la María daba miedo y nunca te acostumbrabas. La otra María se había ido como su padre en el tren de paso, el que iba a San Luís. Nunca supimos de ella, nunca también preguntamos; tal ves tampoco se salvó del calor de “la hoguera”.

Recuerdo poco, pero aquel que fui, se imagino una discusión de amores, en la trifulca pensó que le quitaban un anillo, el de la amada María, la María que se había ido en el tren del norte con una bolsa de naranjas, la misma que nunca me regalo ningún anillo.
Lo que en realidad me quitaron a mordidas era el meñique. La disputa por la ultima piedrita convocaba a la policía.
La primer fuga.

Omar el mas grande de los dos hombres dio a fumar piedra a María “la ida”, su madre al ver esto los golpeo a los dos con saña y con un leño; el que se libro de mayor dolor fue Omar. María parapléjica no, pero empezaba a convertirse en Santa.

Entré al cuarto improvisado con laminas de ferrosur, mi encargo era solo matar a Miguel, Omar se dio cuenta y totalmente drogado y confundido me apunto su taquicardia empuñando una pistola sin soltar el cono de papel aluminio, yo señale con mi arma a Miguel mientras le cerraba el ojo. Omar le disparo dos veces y cuando su hermano Juan, chavalito como de 11 que se iniciaba en la piedra trato de calmarlo también le disparo, sudoroso se  hinco de espaldas al baño de sangre y fumo su pipa con crack, los morenos y canteros sudaban mucho mas. No se movieron.

Llegaron las hermanas Marías, una empujada por su madre en el carretón de madera que hizo Omar, tal ves lo único bueno que hizo; la otra empujada por la depresión del incesto, sin manos. Entraron vadeando la zanja que hicimos engañando a todos con una gran fiesta en la cantera, un hoyo para cocinar la res que compraríamos, seria en grande; pero no recuerdo porqué ya no hicimos nada, porque antes éramos héroes en la cantera que le decían “La Hoguera”…

…le dispare a Omar cuando quiso golpear a uno de los negros que le arañaba la piedra.

Sigo sin saber porque uno de esos mismos canteros mas adictos se echo la culpa, se levanto llorando mientras los demás lloraban sudor y temblores y con las manos hizo señas de que el había disparado a todos, la María mayor, la madre; me miro de reojo y en ese momento sentí que nunca debí haber dejado mi vida de adicto para volverme  proveedor, sicario, culero; deseaba ser un negro más, empapado en taquicardias y rechinidos de dientes, resollando con la escasa saliva y el ligero impulso motivante de la siguiente inhalada de piedra, el sueño de dejar el vicio tomando el tren a San Luís, aquellos desgraciados sueños y soñadores tenían mejor destino que el mío y María la madre, india y de mirada triste y dura me lo hizo saber mirando de reojo mi indigna sombra.

Nosotros desde chavalos andábamos en el tren, crecimos trabajando, estibando y robando solamente la lamina pa´l techo y el maíz pa´ comer, vimos como cada vez el tren traía más gente, les  aventábamos naranjas a los del carguero de media noche…

Maria, la madre le bajo la mano al negro, al chavalo que se culpaba de lo que la droga, los trenes y yo provocamos, lo sentó lentamente, maternal lo consoló y volteo hacia la ventana donde yo había dejado mi revolver con ganas de que lo usara conmigo, las Marías no hablaban, una no podía y la otra sin manos para tapar a los hermanos, le dejaba al silencio esta lastimosa tarea.

Yo empezaba a correr.

Maria, la señora en el foso puso leña y diesel del que robábamos…

…yo seguí corriendo mas arriba hacia donde el tren como serpiente de fierro perforaba los cerros, a los túneles que me dieron tanto miedo siempre,  cuando éramos otros, cuando éramos el orgullo de todos los canteros porque no habíamos salido mareros…

Luego se oyeron los disparos, el grito ahogado de los niños, los hermanos de Miguel gritaban aterrados y luego con otro disparo los gritos se acabaron…

Las señoras que siempre cuentan todo lo que ven y se reservan los horrores, lo hicieron saber tan bien que hasta yo que ando bien lejos me enteré, dicen que trataron de impedirlo pero era ya tarde…

…Que cuando llegaron María, la madre estaba empujando al foso de la fiesta el cuerpo de su hija María sin manos, le gritaron pero el fuego y su quedo tronido eran estridentes, después de matar a sus dos hijas se puso la pistola en la sien y se disparo cayendo a la hoguera.


Se que los fantasmas también están cansados,
ahí aprovecho para descansar y contarlo,
 pero se que no dejare de correr
porque no se cuando me alcance esa bala
que yo mismo he disparado.

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